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#8M Día Internacional por los Derechos de las Mujeres
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Históricamente se ha configurado un sistema sexo/género, un orden heteronormativo hegemónico que asigna las identidades de género hombre y mujer a los cuerpos. En torno a estas identidades se han establecido unos códigos, roles, espacios de acción y posibilidades determinados para cada género que ubican lo femenino subordinado a lo masculino. Existe una relación entre la guerra, el género y las sexualidades en la que los “factores estructurales se han engranado con las lógicas del conflicto armado colombiano, […] la guerra no es la que marca el momento de aparición de las violencias heteronormativas, sino que en su marco tales violencias se exacerban: el conflicto armado ha sabido aprovechar los problemas sociales irresueltos de esta sociedad para sus fines.”[1] De allí que, las violencias en contra de los cuerpos feminizados sean específicas y diferenciadas de otras infligidas a otros agentes.
Las amenazas, coacciones y humillaciones son excusas “para retener mujeres y hacerse a mano de obra femenina que [supla] los quehaceres diarios de los combatientes”[2], los casos de violencia sexual, tortura y castigo físico operan como correcciones, ofensas y actos de limpieza del cuerpo femenino que es análogo al cuerpo social en función de su capacidad para la reproducción. Estas violencias tienen tanto una dimensión individual como colectiva, a través de ellas se ataca “simbólicamente al enemigo en su conjunto, a la colectividad”[3]. Las diferentes violencias perpetradas en el marco del conflicto armado contra mujeres cisgénero y trans, así como contra las disidencias sexuales y de género, son las formas más radicales de la cosificación a la que las mujeres y subjetividades feminizadas están a diario sometidas. Esta cosificación se radicaliza pasando los cuerpos como territorios para la comercialización a los cuerpos como botín de guerra e instrumentos simbólicos para exponer la hegemonía masculina en la guerra.
Las consecuencias de estas violencias para las mujeres incluyen desde daños individuales psicológicos asociados a la sexualidad, secuelas físicas como la esterilización, y daños multidimensionales como la maternidad de niños y niñas producto de violaciones, hasta la destrucción de los núcleos familiares y sus dinámicas económicas y productivas a razón del desplazamiento forzado y el asesinato de los hombres de las familias, que han dejan a miles de mujeres con sus hijos e hijas en estados de desprotección y vulnerabilidad extremos que se suman a las violencias patriarcales estructurales a las que mujeres cis y trans, niñas, adolescentes, madres, abuelas deben enfrentar en la cotidianidad.
Es invaluable el trabajo que desde múltiples espacios, colectividades y estamentos busca la reparación integral y no repetición, de mujeres cisheterosexuales, disidentes sexuales, de comunidades afro, de pueblos indígenas, de las ciudades, entre otras. Desde el museo acogemos e impulsamos iniciativas de acompañamiento de víctimas y comunidades desde proyectos expositivos articulados con colectividades de mujeres como Madres de la candelaria y el laboratorio Autorretratos de verdad y procesos como el Costurero abierto de tejedoras de memoria, el proyecto Gestoras territoriales de memoria, el Laboratorio de saberes textiles, entre otros. Así mismo, reconocemos la importancia de coyunturas históricas como la despenalización del aborto en Colombia. Todo ello como acciones afirmativas por la reparación, la consecución de derechos y la vida de las mujeres.
[1] Centro Nacional de Memoria Histórica, Aniquilar la diferencia Lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas en el marco del conflicto armado colombiano. Bogotá, CNMH – UARIV – USAID – OIM, 2015. http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/descargas/informes2015/aniquilar-la-diferencia/aniquilar-la-diferencia.pdf p. 66
[2] Centro Nacional de Memoria Histórica, El Placer mujeres, coca y guerra en el Bajo Putumayo. Bogotá, CNMH, 2012. https://centrodememoriahistorica.gov.co/wp-content/uploads/2020/10/El-Placer-2020-web.pdf 165
[3]Ibid, p. 168.
El Museo